Los hijos del evangelio gritan: «Es imposible derrotar el egoísmo.» La esperanza contesta: «Todo es posible para Dios.» Los hombres del evangelio se lamentan: «El dinero es una máquina invencible.»
La esperanza replica: «Sólo Cristo es invencible.» Los hijos del evangelio se desalientan llorando y diciendo: «En el mundo mandan el dinero y el odio, el mundo se burla del amor, dicen que el odio es de los fuertes y el amor de los débiles, dicen también que es preferible hacerse temer que hacerse amar, dicen que para triunfar es necesario perder el rubor, y que el egoísmo es una serpiente de mil cabezas que penetra y sostiene, de manera fría e impasible, toda la sociedad de consumo...»
Frente a todo esto, los hombres del evangelio sienten la tentación de «salir» del mundo, diciendo: «¡Hermanos!, no hay lugar para la esperanza.» La esperanza responde: «Vosotros, hijos del combate y de la esperanza, estáis equivocados, porque miráis al suelo.
Os parece que todo está perdido porque creéis en las estadísticas, leéis los periódicos, vuestra fe está basada en las encuestas sociológicas, sólo creéis en lo que se ve. Levantad vuestros ojos y mirad allá lejos donde está la fuente de la esperanza: Jesucristo, resucitado de entre los muertos, vencedor del egoísmo y del pecado, El es nuestra única esperanza.
La esperanza se os muere porque os apoyáis en los resultados de los proyectos humanos. Cuando la marcha de la Iglesia es vistosa y triunfal, cuando los eclesiásticos son muchos y los seminarios están repletos, decís: Todo va bien. Cuando la Iglesia es reducida al silencio y sus testigos son encarcelados o degollados, decís: Todo está perdido.
La fuente de la esperanza no está en las estadísticas ni en el fulgor de los fenómenos. ¿Os habéis olvidado de la cruz y del grano de trigo? ¿No sabéis que de la muerte del Señor nace la resurrección del Señor? Recordad: la crucifixión y la resurrección son una misma cosa.
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