La tentación eterna del hombre es la idolatría. Cualquier criatura: éxito, fuerza, poder y juventud, dinero, belleza seducen al hombre, y el hombre se deja seducir, y dobla las rodillas, y adora. Es difícil, por no decir imposible, dedicar la devoción y el tiempo a varios dioses simultáneamente. Sólo cuando el gusano roe las entrañas de los ídolos, los sueños huyen y se alejan por las sendas pálidas, los muros se vienen abajo, piedra a piedra, y el hombre queda desnudo y desarmado a la intemperie, sólo entonces el hombre está en condiciones de adorar; y sólo, entonces es cuando Dios se levanta como consistencia, firmeza y perennidad.
10 de marzo
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
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