En cuanto el hombre deja de referirse o adherirse al «yo» se apagan los temores, las angustias y obsesiones, que son llamas vivas. Apagadas las llamas, nace el descanso, igual que, consumido el aceite de la lámpara, se apaga el fuego. Muere el «yo» y nace la libertad.
30 de marzo
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
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