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Ora y tu padre te recompensará



Lectura del santo evangelio según san Mateo 6, 1-6. 16-18


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».


Comentario de la espiritualidad TOV

El Pobre de Nazaret

Solo en la noche


Con los Evangelios en la mano, veremos ahora que, en los días de evangelización, Jesús acostumbraba retirarse a orar con una frecuencia considerable, y con las siguientes características: siempre solo; casi siempre en una montaña, o, al menos, en un lugar retirado; y generalmente, no siempre, de noche; y sin pedir autorización ni dar explicaciones a nadie (Lc 6,12; Mt 14,13; Jn 6,15; Mc 7,24; Lc 9,10; Mc 1,35; Mt 6,6; Mc 14,32; Mt 17,1; Lc 9,28; Mt 26,26; Lc 22,39; Mc 9,2; Lc 4,1-13; 9,18; 21,37; 4,42; 5,1; 11,1).

Dicen los evangelistas que, después del bautismo, Jesús se retiró durante cuarenta días a un lugar desértico, solitario e inaccesible, en donde sólo habitaban las fieras (Mc 1,13). Naturalmente, esto no quiere decir que alternara con las alimañas, sino que se trataba de un lugar tan solitario y salvaje que nadie llegaba hasta allí. De este hecho podemos extraer algunas conclusiones razonables; en primer lugar, una de carácter psicológico: es inimaginable que alguien que no estuviera habituado a semejante soledad pudiera retirarse durante tanto tiempo; en segundo lugar, y teniendo en cuenta que los Evangelios sólo nos entregan algunas migajas de los hechos y dichos de Jesús, y que los evangelistas señalan en más de veinte ocasiones que Jesús se retiraba siempre solo, generalmente a algún lugar de la montaña, y frecuentemente de noche, podemos concluir razonablemente que éste era un hábito del Pobre de Nazaret y su modo normal de actuar desde los días de su juventud.

¿Cómo veían, pues, los nazaretanos a Jesús? ¿Qué opinión tenían de él? Seguramente lo veían como un hombre inclinado al silencio, más bien reservado, con una fuerte tendencia a la introspección, con frecuentes ausencias, perdido muchas veces en la soledad de las colinas circundantes. Por todo lo cual, no podían menos de verlo como un joven un tanto extraño y diferente.


Sin embargo, como veremos, Jesús no fue un sonámbulo que camina a tientas entre los acontecimientos, o anda por las nubes. Aunque busca la soledad, no es un pájaro solitario que anda siempre volando en círculos alrededor de sí mismo. Al contrario, en un notable contraste de personalidad, lo veremos siempre como un hombre con los pies en la tierra, sólidamente afirmado en la realidad, observador congénito de todo cuanto le rodea, los campos, los huertos, y, sobre todo, la vida, usos y costumbres de los hombres.

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